Darío Villanueva fue Rector de la Universidad de Santiago de Compostela (1994 – 2002), presidente fundador de Unirisco y director de la Real Academia Española (2014 – 2018) de la que sigue siendo miembro. Escritor, crítico literario y miembro del jurado Premio «Princesa de Asturias» de las Letras.

 

UNIRISCO GALICIA Y LAS MISIONES DE LA UNIVERSIDAD

Fue muy intensa la satisfacción que me produjo haber sido invitado hace seis años, en octubre de 2016, a la celebración del decimoquinto aniversario de Unirisco Galicia, así como la petición que me hizo Inmaculada Rodríguez, su actual directora general, para que escriba un breve testimonio de mi experiencia como fundador de la sociedad.

Con motivo de mi jubilación como catedrático de la USC, en un libro autobiográfico promovido por mis compañeros que lleva como título De los trabajos y los días. Filologías (USC, 2020), así como también en otro volumen, Discurso do rectorado (1994-2002) (USC, 2002), donde se recopilan mis intervenciones públicas durante mis dos mandatos al frente de Fonseca, dedico varías páginas a recordar aquellos empeños e inquietudes rectorales, que en el caso de UNIRISCO -sociedad activa ininterrumpidamente desde que la constituimos en 2001 hasta hoy- han cumplido con los objetivos que entonces nos propusimos mediante la inversión de casi seis millones de euros en 34 empresas startup que han producido más de ciento cuarenta patentes y creado cuatrocientos puestos de trabajo de alta cualificación.

La penuria económica que endémicamente aquejaba a la Universidad pública española nos obligó, en aquellos años finales del pasado milenio, a buscar procedimientos novedosos, no exentos de riesgo, para mejorar la captación de recursos propios. Y así, por razón de mi cargo desempeñé las funciones de máxima responsabilidad en sociedades mercantiles que nosotros mismos fuimos creando: Presidente del Consejo de Administración de UNIXEST, Sociedad Gestora de Intereses de la USC, S. L.; Presidente del Consejo de Administración de UNINOVA, Sociedad para la Promoción de Iniciativas Empresariales Innovadoras, S. L.; y Presidente del Consejo de Administración de UNIRISCO Galicia SCR, S. A., Sociedad de Capital Riesgo, la primera de estas características creada en España para financiar proyectos empresariales basados en la transmisión de conocimiento por parte de las Universidades a partir del trabajo realizado en sus Institutos, departamentos y grupos de investigación. Cuando fui a presentar el expediente ante la Comisión Nacional del Mercado de Valores la estupefacción con que me atendieron solo fue superada por la amabilidad y eficacia con que gestionaron la solicitud de la USC.

Con estos planteamientos –a la fuerza ahorcan– era imprescindible entrar en contacto franco y directo con el mundo empresarial. Pese a mi idea de que todas las universidades tenemos un profundo aire de familia, mi conocimiento del sistema norteamericano que cultivé reiteradamente desde 1982 me hacía añorar la fluencia de recursos que del sector privado llegan a las arcas de las universidades, incluso públicas, de aquel gran país. Allí, la social civil, amén del tejido industrial y empresarial, favorece y estimula extraordinariamente algo que está ya arraigado en la mentalidad norteamericana: la filantropía y el patrocinio de las iniciativas universitarias. Pero contando también con los retornos económicos que ello representa, pues allí los empresarios saben que las ideas, el talento y el entusiasmo de los jóvenes investigadores son una inagotable fuente de riqueza.

En mi época de rector pude encontrar, como también mis colegas de las otras universidades, una respuesta similar, en términos hasta entonces verdaderamente inusuales en España, por parte de Emilio Botín, que llegó a crear en el organigrama de su banco una división denominada Santander Universidades. Al frente de ella puso a un directivo, José Antonio Villasante, que enseguida se convirtió en un interlocutor reconocido y apreciado como tal por los equipos de gobierno.

Ello significó un esfuerzo recíproco de cooperación y de entendimiento, de aproximación entre dos culturas distintas pero, como finalmente se demostró, en modo alguno incompatibles: la empresarial y bancaria por una parte, y la universitaria por otra. No era tarea fácil, y la prueba está en que nadie lo había intentado hasta entonces. Por parte del banco, lo fundamental fue acompañar su sincero reconocimiento del mérito de las Universidades con un escrupuloso respeto a su autonomía, procurando, por supuesto, entender bien cuáles eran nuestras necesidades y proyectos, y secundarlos en todo lo que estuviese en sus manos.

Pero no nos faltaron tampoco, a la hora de crear UNIRISCO, los apoyos de otras entidades bancarias con especial arraigo en Galicia, como las Cajas de Ahorro y el Banco Pastor, así como de empresas como la constructora San José, cuyo presidente, el matemático Jacinto Rey, siempre estuvo igualmente muy próximo a la Universidad en general, y a la de Santiago de Compostela en particular, para la que construyó un centro ejemplar, la Facultad de Ciencias de la Comunicación, según el proyecto del gran arquitecto portugués Alvaro Siza que es objeto de constantes visitas y estudio por parte de alarifes de todo el mundo.

No se me oculta que en parte la expectación que causó en la Comisión nacional del mercado de valores la propuesta de UNIRISCO GALICIA SCR tenía que ver con la circunstancia de que el rector que la presentaba fuese un filólogo, no un economista o un ingeniero. Acababa de acceder a su presidencia Pilar Valiente Calvo: por unos meses no fui con el expediente al despacho de Juan Fernández-Armesto y Fernández-España, hijo de dos muy ilustres periodistas y escritores gallegos.

Filólogo y humanista, sí; pero rector totalmente convencido de que la transferencia de conocimiento  desde la Universidad a la sociedad debería ser dotada de un fundamento económico que una entidad pionera como UNIRISCO podía y debía proporcionar, con el concurso de los agentes económicos, industriales y financieros verdaderamente comprometidos con el desarrollo de Galicia y de España. Mi convicción a este respecto estuvo siempre, además, asesorada por personas de dentro y de fuera de la Universidad con las que compartía las mismas ideas, contrastadas ampliamente con las iniciativas y realizaciones de pareja índole en Europa y América. Todo ello se plasmó en otro de los logros de los que me sigo sintiendo, con toda modestia pues se trata de un logro colectivo, más satisfecho: la aprobación en el mismo año del nacimiento de UNIRISCO del Plan estratégico de la USC proyectado hacia el horizonte de 2010 y regido por un lema representativo de nuestra misión institucional que habla por sí solo: COÑECEMENTO AO SERVICIO DA SOCIEDADE.

Este marco temporal (1999-2010) coincide punto por punto con la Declaración de Bolonia que daría paso a la creación del Espacio Europeo de Educación Superior. Pero también con los debates y aplicación de la controvertida LOU, la Ley Orgánica 6/2001, de 21 de diciembre, de Universidades.

Que el conocido como Plan Bolonia aspirase a favorecer no solo la movilidad de los estudiantes europeos sino también su empleabilidad no significaba, en mi criterio, que se pretendiese con él erradicar cualquier estudio que no estuviese directamente vinculado con sectores o procesos productivos.  Algo que pudo no estar del todo claro en documentos como, por caso, el titulado ESTRATEGIA UNIVERSIDAD 2015 que el equipo directivo del Ministerio de Ciencia e Innovación presentó en aquel año.

Por ejemplo, en el apartado cuarto de su resumen ejecutivo, figuraba un cuadro en el que se representan tres misiones para la Universidad: Formación, Investigación; y Transferencia de conocimiento y tecnología.

Curiosamente, también eran tres las misiones que Ortega y Gasset defendía en uno de los textos más influyentes en el pensamiento universitario del Siglo XX. Me refiero a su libro, titulado precisamente Misión de la Universidad, que publicó Revista de Occidente en 1930 a partir de una conferencia encargada por la Federación Universitaria Escolar (FUE), la vanguardia –entonces– del movimiento estudiantil. Y Ortega concluía precisamente su propuesta con una inequívoca invocación europeísta, al afirmar que si se cumplían los requisitos previamente expuestos por él, “entonces volverá a ser la Universidad lo que fue en su hora mejor: un principio promotor de la historia europea”.

Pues bien, en otra página el filósofo escribe que la enseñanza superior aparece integrada por estas tres funciones: Transmisión de la cultura; enseñanza de las profesiones; e investigación y educación de nuevos científicos. Pero más adelante, en el capítulo titulado “Cultura y ciencia”, Ortega justifica el porqué de la preeminencia que entre las funciones de la Universidad le ha dado a la difusión de la cultura: porque estaba convencido de la importancia histórica que tenía devolver a la Universidad su tarea central de ‘ilustración’ de la humanidad, de enseñarnos el ingente acopio cultural que ha llegado hasta nuestro tiempo. Para él, cultura era el sistema de ideas desde las cuales cada época o momento histórico vive.

Resulta plausible que de las tres misiones mencionadas por Ortega y por el documento ministerial de 2015, dos coincidan exactamente: la formación profesional, y la investigación científica. Pero, cuando menos resultaba sorprendente y desasosegante que la misión primordial del maestro, la transmisión de la cultura, desapareciese a favor de la transferencia de conocimiento y tecnología.

La inclusión de esta última función está más que justificada y nadie se oponía por aquel entonces (y hoy) a ella. Sería una triste paradoja que en la “Sociedad del conocimiento” en la que ya estamos, las Universidades, que son auténticas “factorías de conocimiento”, quedasen al margen, ensimismadas, sin transmitirlo a la Sociedad para enriquecerla (no solo materialmente). Pero con la credibilidad que me daba como rector de formación humanista el haber creado una sociedad de capital riesgo, una incubadora de empresas, una sociedad de gestión de intereses y otra de promoción de iniciativas empresariales innovadoras podía elevar mi voz para preguntar: ¿por qué suprimir tan drástica e injustificadamente la transmisión también de la cultura? Bien entendido que, a estos efectos, en mis discursos de entonces me gustaba manifestar mi total acuerdo con la suma irrenunciable de lo que Lord Snow denominaba “las dos culturas”: la humanística y la científica. Se estaba, por cierto, cumpliendo también el cincuentenario de la “Rede Lecture” que Charles Percy Snow pronunció sobre el tema y que tuvo enorme repercusión, luego transformada en el libro The Two Cultures and the Scientific Revolution.

Esa cultura integradora, que nos ayudará orteguianamente a entender nuestra sociedad y nuestro siglo XXI, tiene igualmente en las Universidades un cultivo incomparable al que se le pueda dar en otros ámbitos, y sería un despilfarro que se renunciara a transferirlo al mismo tiempo que la tecnología. Si lo uno redundará en el enriquecimiento económico de la sociedad, lo otro producirá el mismo beneficio en términos de riqueza inmaterial, pero no por ello menos apreciable, sin que esto signifique negar o renunciar a los flujos económicos provenientes de lo que la escuela de Frankfurt empezó a denominar “industrias culturales”.

En suma: sería muy oportuno –y a veces temo que no esté siendo así– que desde las instancias pertinentes se confirmara y defendiera públicamente que las misiones de la Universidad ya no son tres, sino cuatro. Las que Ortega formuló y la nueva que el desarrollo de la Sociedad del conocimiento demanda. Y a la que UNIRISCO GALICIA S. C. R. viene prestando su eficaz concurso desde el año 2001.